África no es un país. “Salvo
por el nombre geográfico, África no existe” decía Ryszard Kapucinski. Y no
obstante, seguimos refiriéndonos a este continente de cincuenta y cuatro
países, más de dos mil lenguas y de mil millones de habitantes, como una misma
unidad; como esa masa de tierra árida, pobre y calurosa, que nos queda tan
lejos de aquí.
Con la intención de demoler los estereotipos vinculados al
gran continente, llega al CCCB la exposición “Making Africa” donde más de 120
artistas africanos exponen sus mejores obras y nos hablan de la nueva África,
libre de pecados coloniales, que están construyendo.
Todo empieza con una sección llamada “prólogo”, que da la
bienvenida al visitante con tres pantallas que enmarcan la sala y veinte
entrevistas proyectadas en bucle. Las voces de profesionales y teóricos de todo
tipo nos adentran en una cacofonía lingüística que nos obliga a reflexionar
sobre nociones preconcebidas del continente y sus gentes. Y es que si “Making
Africa” tiene algún objetivo, es el de derribar clichés. Esta es una exposición
como pocas. El juego lumínico es una elemento esencial de esta muestra. Las
paredes negras y la oscuridad de las salas, que crea una atmosfera
completamente ajena para el espectador, solo se ve interrumpida por unos focos
modestos de luz fría que subrayan, las obras más importantes. Nada rompe la
sensación de inmersión.
Después de la breve discordancia fonética inicial, me
encuentro con uno de los mapas del artista Kai Kraus, que ilustra este
artículo, y nos demuestra, en una sola imagen, el tamaño de ese gran continente
que confundimos con un país. Las obras de arte de “Making Africa” logran su
propósito. La impresión inicial del espectador es que se encuentra delante de
un esperpento artístico, fruto del delirio de un artista enloquecido. Imágenes
de vírgenes cristianas convertidas en mujeres africanas; representaciones de África
como el continente central de un mapamundi; fotografías de arquitectura
sudafricana en decadencia; vestidos completamente transparentes o botellas de
plásticos arrugadas, convertidas en arte. Nada de lo que guía esta exposición
tiene una dirección clara, en ese sentido, la exposición hace honor al adjetivo
“contemporáneo”. Pero “Making Africa” sí tiene un objetivo, una finalidad. En
ese aparente desorden y sinsentido, donde
una botella de plástico es mucho más que basura, se esconde la herramienta
necesaria para purgar el pasado colonial del territorio. “Making Africa” es la
luz redentora de todo un continente, que lo expía de unos pecados que nunca ha
cometido, pero que no hace tanto, le fueron impuestos. Y nos demuestra, de una
forma completamente novedosa, que África está más que preparada para dejar de
ser un país en la memoria colectiva, y convertirse en el continente que
realmente es.
Alejandro
Souren
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