Museo de historia de Girona
Patio del museo con un fragmento de un claustro del siglo XVIII |
Fuera hacía calor, un calor asfixiante, no parecía principios
de junio, más bien parecía que estábamos a mitades de agosto. Por las calles
del Barri Vell, de Girona, ya se
podía ver alguna que otra chancla con calcetín y las terrazas a rebozar de gente. Estaba
paseando por la calle de la Força, subiendo hacía la Catedral. Edificios
antiguos, adoquines de piedra perfectamente encajados, portones altos de madera,
balcones de hiero forjado llenos de flores…Parecía que estaba en una película
de la época medieval. Todo lo que me rodeaba derrochaba autenticidad e
historia.
Me paré delante de una puerta, que más bien parecían
las rejas de una mazmorra. Me picó mucho la curiosidad y decidí entrar a
investigar. Era el Museo de Historia de Girona. Un edificio emblemático de la
ciudad, cuyas raíces se remontan al siglo XV cuando aún era un casal gótico de
la familia Cartellà, para más tarde, en el siglo XVIII, convertirse en el
convento de Sant Antoni, donde residían frailes capuchinos.
El edificio tenía cuatro plantas, pero las más
importantes eran la planta subterránea y la planta baja. Por un lado la planta
subterránea, con acceso a la calle de la Força, era la parte más antigua. En
esa planta me sorprendió mucho encontrarme con una cisterna, un ejemplo de
aljibe con arcos de piedra, con un cementerio, que contenía 18 nichos verticales
donde descansaban frailes capuchinos y un patio grande con un pequeño claustro
dentro formado por ocho arcos y diez pilares. Por otro lado, estaba la planta
baja, donde se encontraba la Iglesia con su pórtico, su sacristía y su altar.
En esa misma planta estaban el refectorio, los locutorios y la cocina. Las
otras dos plantas tenían poco valor arquitectónico y estaban en obras.
El museo ofrece diferentes actividades y
exposiciones temporales que se pueden
ver en la sala de exposiciones, la bodega y la carbonera. A parte, también se
pueden visitar el espacio dedicado a la Guerra Civil, un refugio antiaéreo del
Jardín de la Infancia y un establecimiento con diseño modernista, que había acogido
el archivo notarial, una oficina de banca y una notaría. Todo me parecía
fascinante.
Con cada paso que daba por esos rincones, parecía
que estaba haciendo un recorrido por la historia, de la época romana hasta la
época contemporánea. Recuerdo que me invadió un sentimiento de nostalgia y
curiosidad que me motivaron a seguir investigando el museo durante una hora y
media. Cuando salí de ahí, y volví a la realidad todo me parecía extraño y
falso, ya nada era autentico y especial.
Anca Dorina Pop
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