Insomnio
Curiosamente,
hace relativamente poco, discutíamos con unos amigos sobre qué es comercial y
qué no lo es, y en qué momento, con lo que ello conlleva, un artista, de la
disciplina que sea, da el salto del mundo underground,
es decir, de los pequeños círculos al de la gran masa de fans. Este salto
es, en general, criticado por los seguidores más fieles, quizá por un
sentimiento de recelo que impide compartir su artista con aquellos que siguen
la gran ola, o quizá también por un resentimiento al ver que su cantautor o
director se ha dejado camelar por el poderoso caballero Don Dinero.
Cabe
analizar, también, qué razones puede aducir un artista para firmar grandes
contratos con sellos discográficos o con las majors de Hollywood. El único pretexto válido que se me ocurre es
el de la posibilidad de disponer de mejores y más medios para realizar su
labor. En este caso, tanto artistas como sus seguidores salen ganando. Ahora
bien, ¿resulta suficiente? La verdad es que discutiendo sobre esto te
encuentras desde puretas que parece
que lleven gríngolas hasta descamisados que les da igual que se imponga un
ritmo industrial a la producción estética.
Nolan,
hasta Insomnio, su tercera película –cuarta y última del ciclo−, había gozado de la libertad de
no depender del capital hollywoodiense. No es muy difícil advertir este hecho
en su lenguaje cinematográfico poco convencional (véase Memento). Cogiendo la parte por el todo, se podría decir que Insomnio es el claro ejemplo como el
dinero y la industria matan la magia en pro de la ordinariez.
Following y Memento,
sus dos primeras películas, contaron con un presupuesto de 6.000 mil y 9
millones de dólares respectivamente. En Insomnio,
con la intervención de Warner, el presupuesto se dispara hasta los 46 millones
de dólares. Qué bien, podemos pensar. Como comentamos antes, dispuso de mejores
medios para dirigir la película pero, y nunca mejor dicho, ¿a qué precio?
Probablemente esta cantidad ingente de dinero permitió la presencia de míticos
actores como Al Pacino o Robin Williams, pero vemos como se pone cerco a la
genialidad demostrada por Nolan en otras cintas. Para más inri, se trata de un
remake de una película noruega de titulo homónimo (Inosmnia, 1997) es decir, se
encontraba ante una película que ni tan solo era suya.
Toda
esta crítica no va dirigida, ni mucho menos, al film que, cabe decir, es
notable. Nolan tuvo que trabajar de manera diferente, por lo tanto, y
paradójicamente, de manera convencional; tuvo que ir a contracorriente para
adaptarse a las exigencias de quien pone el dinero. La queja se dirige hacia un
sistema perfectamente instaurado e instrumentalizado que se dedica a tirar
desde el campanario a la oveja que se descarrila del rebaño.
El
resultado de todo este cúmulo de impedimentos y limitaciones es una película
sin firma propia, pero también la constatación de que Nolan es capaz de sacar
un producto pensado para el gran público y que es capaz de adaptarse a los
cánones imperantes.
Nicolás Andrés González Silvera
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