dimarts, 2 de juny del 2015

Insomnio

Curiosamente, hace relativamente poco, discutíamos con unos amigos sobre qué es comercial y qué no lo es, y en qué momento, con lo que ello conlleva, un artista, de la disciplina que sea, da el salto del mundo underground, es decir, de los pequeños círculos al de la gran masa de fans. Este salto es, en general, criticado por los seguidores más fieles, quizá por un sentimiento de recelo que impide compartir su artista con aquellos que siguen la gran ola, o quizá también por un resentimiento al ver que su cantautor o director se ha dejado camelar por el poderoso caballero Don Dinero.
Cabe analizar, también, qué razones puede aducir un artista para firmar grandes contratos con sellos discográficos o con las majors de Hollywood. El único pretexto válido que se me ocurre es el de la posibilidad de disponer de mejores y más medios para realizar su labor. En este caso, tanto artistas como sus seguidores salen ganando. Ahora bien, ¿resulta suficiente? La verdad es que discutiendo sobre esto te encuentras desde puretas que parece que lleven gríngolas hasta descamisados que les da igual que se imponga un ritmo industrial a la producción estética.
Nolan, hasta Insomnio, su tercera película cuarta y última del ciclo, había gozado de la libertad de no depender del capital hollywoodiense. No es muy difícil advertir este hecho en su lenguaje cinematográfico poco convencional (véase Memento). Cogiendo la parte por el todo, se podría decir que Insomnio es el claro ejemplo como el dinero y la industria matan la magia en pro de la ordinariez.
Following y Memento, sus dos primeras películas, contaron con un presupuesto de 6.000 mil y 9 millones de dólares respectivamente. En Insomnio, con la intervención de Warner, el presupuesto se dispara hasta los 46 millones de dólares. Qué bien, podemos pensar. Como comentamos antes, dispuso de mejores medios para dirigir la película pero, y nunca mejor dicho, ¿a qué precio? Probablemente esta cantidad ingente de dinero permitió la presencia de míticos actores como Al Pacino o Robin Williams, pero vemos como se pone cerco a la genialidad demostrada por Nolan en otras cintas. Para más inri, se trata de un remake de una película noruega de titulo homónimo (Inosmnia, 1997) es decir, se encontraba ante una película que ni tan solo era suya.
Toda esta crítica no va dirigida, ni mucho menos, al film que, cabe decir, es notable. Nolan tuvo que trabajar de manera diferente, por lo tanto, y paradójicamente, de manera convencional; tuvo que ir a contracorriente para adaptarse a las exigencias de quien pone el dinero. La queja se dirige hacia un sistema perfectamente instaurado e instrumentalizado que se dedica a tirar desde el campanario a la oveja que se descarrila del rebaño.
El resultado de todo este cúmulo de impedimentos y limitaciones es una película sin firma propia, pero también la constatación de que Nolan es capaz de sacar un producto pensado para el gran público y que es capaz de adaptarse a los cánones imperantes.


Nicolás Andrés González Silvera


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