Memento
En Los premios, su primera novela, Cortázar
ya deja claro su desprecio por el lector, según su clasificación, hembra, es
decir, aquel lector pasivo que devora las páginas solo para saber si el
personaje con el que tanto ha empatizado finalmente muere o no. El lector
macho, en cambio, de alguna u otra manera participa del texto. Cabe decir que
dicha clasificación de la involucración en función del sexo es del todo
inapropiada, y el propio Cortázar se percató de ello y la cambió, más tarde,
por activo y pasivo.
Su
desprecio no quedo en simple crítica, sino que en Rayuela, entre otras labores, se propone «intentar en cambio un texto que no agarre al lector pero que lo vuelva
obligadamente cómplice al murmurarle, por debajo del desarrollo convencional,
otros rumbos más esotéricos». Es más, a Morelli, portavoz de Cortázar en Rayuela, «le revienta la novela rollo chino. El libro que se lee de principio a
final como un niño bueno».
Todo
esto viene a cuento de que Memento, penúltima
película del ciclo no es, ni por asomo, un celuloide chino, sino más bien un
caleidoscopio, un collage. El lector
pasivo, que solo quiere ver el final, se desquiciará desde el primer minuto,
pues Nolan nos murmura un nuevo rumbo esotérico empezando por el final y acabando
por el principio. En literatura ya se han dado casos iguales, como Márquez con
su Crónica de una muerte anunciada. En
cine, no obstante, es el primer caso con el que me encuentro.
¿Dónde
reside el interés, entonces, si se empieza por el final? El espectador, en este
caso, se debería entusiasmar ante la idea de descubrir los acontecimientos que
nos han llevado a esa primera escena, en un primer momento, incomprensible y
descontextualizada. Se nos irán presentando, así, las escenas precedentes a la
ya vistas, y cada cual de ellas explicará la escena antecesora.
Este
montaje inusual se complica aún más cuando uno descubre que las escenas en
color avanzan hacia atrás, mientras que las de blanco y negro siguen un orden
típico. Casi siempre lo difícil es no perder el hilo de la historia y hacerse una idea clara de qué está
sucediendo y por qué. En Memento
tenemos ésa labor, pero además nos obliga a comprender cómo se construye el
relato, por lo que si no lo conseguimos perderemos el hilo desde la primera
escena.
Antes de
adentrarse en el laberinto de Memento les
recomiendo, a modo de entrenamiento, la película Irreversible, de Gaspar Noé. De la misma manera que el film de
Nolan, los hechos se nos presentan de manera causal y no consecuente pero sin
la complicación de la divergencia temporal.
Nicolás Andrés González Silvera
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada